No digo nada de cine -
quisiera hablar del cine -
me arrastra el cine -
me espanta el cine -
porque nos llena el cerebro de burbujas y pimpollos
de color envenenado casi siempre,
porque a menudo nos ensucia
los prados y los bosques de nuestras débiles almas
- allá abajo y adentro, abajo dentro de lo profundo -
con el plástico de su celuloide
que nada es capaz de tragar, digerir.
Y casi he maldecido
tantas veces estos lugares de cine
que como plagas agujerean hasta el pleno campo,
no sólo en pueblos y ciudades:
a embadurnar nuestros sueños
y el hablar de los sueños
que todas las maneras de crearnos e inventarnos
encierra en sí: nos chupa el cine, nos hace pedazos,
con sus tijeras nos deforma, nos pega de nuevo,
dentro de sus moviolas nos transforma
roba su propio ADN
al grumo más escondido de nosotros mismo
abajo en el pozo sin fondo.
Pero a veces el cine arde quema e ilumina
como si viniese de un injerto
de los arbustos de zarzas del Horeb,
demuestra ser aliento ardiente de dioses aunque bastardo,
nos hace explotar, asomar fuera como brotes en primavera
nos mete en senderos extraños, bajo cielos del todo nuevos,
en algo que está allá y nos espera, en una alegría
una riqueza, un terreno, un viento que no tiene confines,
y el cine -casi- parece ser él la poesía,
captura todo en poesía - otra.
pero en verdad son raros aquellos que pueden hacer este cine:
son espectros sombras alucinaciones del cine
nacidos ellos mismo del cine - ¿antes que hombres?
¿De aque más allá que es el cine llegados,
pobre más allá, gran más allá de luz y plástico?
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